CDL Madrid

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DÍA INTERNACIONAL DEL LIBRO 2020. 23 de abril

Reflexiones en el Día del Libro de un profesor de Literatura

LEO… ¡LUEGO SOY!

 Apenas contaba con 14 años, cuando mi madre, nacida en Orihuela, puso junto a mi cama, el libro de Gabriel Miró Figuras de la Pasión del Señor, para que leyera a ratos, antes de dormir. Recuerdo la impresión que me produjo enfrentarme con la escena de la Crucifixión. Y ahí empezó mi pasión por el autor alicantino, y mi deseo de conocer la geografía de nuestra patria chica común a través de sus escritos, cercanos a la prosa poética: Polop, Guadalest…; el encuentro con ese mundo de sensaciones que tan bien evoca en sus líricas páginas.

Y fue mi padre, que nació en Alicante, quien se encargó de que otro alicantino, Azorín, se incorporara a mi futura vida universitaria y me sirviera de aprendizaje en la tarea de expresarme en un castellano fluido, de léxico amplio y apropiado. Y Castilla pasó a formar parte de la mochila metafórica que llevo siempre a la espalda. Y mi biblioteca personal fue creciendo; y con Miró y Azorín, también mi conocimiento del mundo y el desarrollo de mi sensibilidad literaria. Y fue en una noche de Reyes, cuando descubrí la fuerza dramática de la poesía de otro alicantino. Miguel Henández, leyendo el poema “Las desiertas abarcas”; y de ahí, al El rayo que no cesa”, obra en la que se encuentran algunos de los mejores sonetos de la lírica amorosa española, que yo le comentaba a mi mujer y que hoy recordamos con felicidad. No hacía falta descubrirlo: me he dedicado a la Literatura como profesor; y he disfrutado mi vocación docente haciendo que otros -mis alumnos de instituto y universitarios- leyeran. He tratado de insuflarles “el leer por el gusto de leer” como medio para el desarrollo armónico de su personalidad.

Podría decir, a lo Ortega y Gasset -responsable de mi formación filosófica-, que “yo soy yo y mis libros”, y que ellos, por miles, me han acompañado y me siguen acompañando en mi periplo vital. Porque es cuestión de sentido estético y critico. Aquel eslogan del gremio de editores -“Más libros, más libres”- es una paronomasia que encierra una gran verdad: a más cultura, más libertad. Añadamos a ello que todo buen lector recrea lo que lee, cerrando así el proceso de comunicación que en otro tiempo y lugar abrió el escritor de ese libro que le estaba aguardando sin que ninguno de los dos lo supiera. Es, pues, difícil encontrar algo que pueda satisfacer más las necesidades humanas que un buen libro como compañero. Mis padres me los sirvieron en bandeja. Y cuentan con mi gratitud. A mis hijos les he ido formando su biblioteca juvenil, infantil…, y ellos la han continuado como adultos, de acuerdo con sus gustos y necesidades. Estoy convencido de que la lectura les ayuda a ser mejores personas, ciudadanos más tolerantes y socialmente válidos. Esta fue la herencia que a mí me dejaron y la única que yo puedo dejarles, como tesoro que no tiene precio material.

Dios salve a los libros, apoye las Artes Gráficas y ayude a editores y libreros a mantenernos a flote en una sociedad que se empeña en dar la espalda a cuanto puede hacerla más humana. Desde luego, la definición de libro que viene en el DRAE no me sirve. Prefiero la que mi imaginación ha fabricado. A fin de cuentas, la historia de cada cual se va forjando con los estantes de libros que consuelan en la intimidad y te hablan mientras duermes. Cuando te despiertas compruebas que esos amigos nunca fallan.

Los catastrofistas le auguran al libro que conocemos un rápido final, inmolado por las nuevas tecnologías. Es difícil augurar lo que el futuro nos traerá al respecto. Pero cuando cunda el desaliento, siempre puede uno visitar el Monasterio de San Millán de la Cogolla -el de Yuso-, y encontrarse con el origen de nuestra lengua castellana en las glosas emilianenses; o apreciar el valor de la lengua gallega primitiva y de los artistas de la miniatura visitando la biblioteca del Monasterio de El Escorial y contemplando las Cantigas de Santa María, de Alfonso X. Dejemos que el pasado -antes y después de desde Gutenberg- gravite sobre nosotros, porque a fin de cuentas es el que nos ha abierto la senda por la que la tecnología transita. En un pendrive cabe una ingente biblioteca; pero dudo mucho que la satisfacción que proporciona un libro bien encuadernado, en el que puedo anotar impresiones, sea reemplazado con éxito por los nuevos objetos tecnológicos, cuya utilidad en modo alguno discuto. De lo que se trata es de leer y no del tipo de soporte en que se lee. Yo sigo prefiriendo la estantería al pendrive; y, al comprar un libro, charlar con el librero, antes que efectuar una “descarga pirata” por Internet. Quizá sea cuestión de edad.

Fernando Carratalá

Artículo publicado en wikipedia sobre el Día Internacional del Libro